Durante siglos, el chumbo —también conocido como higo chumbo o tuna— ha estado presente en los márgenes de los caminos rurales de Málaga y de toda Andalucía. Originario de México, llegó a España en el siglo XVI y se adaptó con una facilidad sorprendente al clima mediterráneo. Hoy, en plena búsqueda de alimentos saludables y sostenibles, este fruto espinoso vive un renacer: de símbolo de rusticidad ha pasado a ganarse un lugar en la gastronomía moderna y en la investigación nutricional.
El cultivo en la tierra malagueña
En las laderas soleadas de la Axarquía, en el Valle del Guadalhorce y en el interior de Málaga, el chumbero ha crecido de forma espontánea durante generaciones. Su capacidad de resistir sequías extremas lo convierte en un aliado en un tiempo donde el agua escasea y los agricultores buscan alternativas de bajo consumo hídrico.
El cultivo organizado, sin embargo, ha sido irregular. Muchos agricultores lo dejaron de lado por la plaga de la cochinilla del carmín, que en la última década arrasó miles de hectáreas de chumberas. No obstante, algunos productores han apostado por su recuperación mediante variedades resistentes y un manejo más sostenible.
Más allá de Málaga, Almería, Granada y Cádiz cuentan también con explotaciones donde el chumbo es protagonista. En Almería, por ejemplo, se ha impulsado su uso no solo como fruta fresca, sino como materia prima para zumos, mermeladas y hasta licores artesanos. La Junta de Andalucía ha promovido proyectos de investigación para recuperar el valor agrícola de la planta, consciente de que se trata de un cultivo con bajo coste ambiental y grandes posibilidades en mercados de nicho.
Un cofre de nutrientes en cada fruto
El chumbo es mucho más que una fruta exótica con aspecto singular. Su pulpa, de colores que van del amarillo al rojo intenso, contiene altos niveles de vitamina C, potasio, magnesio y calcio. También es rica en antioxidantes naturales, especialmente betalaínas y flavonoides, que ayudan a combatir el estrés oxidativo.
Uno de sus valores más destacados es la fibra soluble e insoluble, que favorece la digestión y contribuye a la regulación de los niveles de azúcar en sangre. De hecho, estudios científicos han apuntado que el consumo regular de chumbo podría tener beneficios en personas con diabetes tipo 2.
Quien haya intentado pelar un chumbo sin maña sabe que no es tarea sencilla. Sus espinas microscópicas, llamadas gloquidios, pueden ser una trampa dolorosa. La técnica tradicional consiste en sujetar el fruto con pinzas o guantes, hacerle dos cortes longitudinales y retirar la piel con un movimiento envolvente. El resultado es una pulpa jugosa, lista para comer con cuchara o a bocados.
En Málaga y Granada es costumbre tomarlos frescos en el desayuno de verano, cuando su sabor refrescante ayuda a mitigar el calor. También se emplean en ensaladas de frutas, helados artesanos y cócteles, aprovechando sus notas dulces y ácidas. En algunos pueblos, los higos chumbos se enfrían en cubos con agua y hielo antes de servirlos, una tradición que convierte al fruto en un auténtico manjar estival.
Una apuesta de futuro
El resurgir del chumbo en Andalucía no solo tiene que ver con su valor gastronómico o nutricional, sino también con su papel en la lucha contra el cambio climático. El chumbero, al ser una planta crasa, captura carbono de manera eficiente y protege los suelos de la erosión. Además, su presencia en los márgenes agrícolas favorece la biodiversidad y ofrece refugio a aves e insectos.
Productores y gastrónomos coinciden en que el desafío está en comunicar al consumidor la riqueza de este fruto y en modernizar su presentación. Zumos envasados, deshidratados o confituras gourmet ya han comenzado a aparecer en el mercado. Andalucía podría convertirse así en referencia europea de un fruto que, a pesar de crecer en silencio desde hace siglos, guarda todavía un gran futuro por delante.