Canela: la especia que endulza la historia y tu vida

Hay aromas capaces de despertar recuerdos lejanos, sensaciones de hogar o evocaciones de infancia. La canela es uno de esos olores que abrazan. Desde la corteza de un árbol modesto hasta los estantes de las cocinas más sofisticadas, esta especia milenaria ha viajado por la historia conquistando paladares y curando cuerpos. Hoy, su popularidad no es un simple resabio de la tradición: la ciencia moderna confirma que, además de deliciosa, la canela es una aliada para la salud.

Originaria de Sri Lanka —antigua Ceilán—, la canela es una de las especias más antiguas que se conocen. Hace más de 4.000 años ya se comerciaba en Egipto, donde se utilizaba en embalsamamientos y como ingrediente en perfumes. Su valor era tal que en la Edad Media se consideraba un regalo digno de reyes y emperadores. Tanto, que fue una de las mercancías que impulsaron las exploraciones marítimas en busca de rutas comerciales directas con Asia.

Existen dos variedades principales: la canela de Ceilán, conocida como “la verdadera canela”, y la cassia, más robusta y de sabor más intenso, proveniente de China e Indonesia. Aunque en los estantes de los supermercados suelen encontrarse ambas, es la primera la que posee un perfil más delicado y apreciado por los chefs y reposteros.

En cuanto a sus beneficios, la canela no es solo un capricho aromático. Diversos estudios han demostrado que puede contribuir a reducir los niveles de azúcar en sangre, mejorar la sensibilidad a la insulina y ayudar en el control del colesterol. Además, es rica en antioxidantes, compuestos que protegen al cuerpo del daño oxidativo, y posee propiedades antiinflamatorias. Algunos investigadores incluso exploran su posible papel en la prevención de enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer.

Sin embargo, como ocurre con casi todo en la vida, la clave está en la moderación. El consumo excesivo de canela cassia, que contiene altas concentraciones de cumarina, podría resultar perjudicial para el hígado. La recomendación habitual es disfrutar de esta especia como un complemento y no como un tratamiento principal.

En la cocina, la canela ha sido siempre una fuente inagotable de inspiración. Su sabor cálido y levemente picante se adapta a recetas dulces y saladas, aunque son los postres quienes parecen rendirle el mayor homenaje. ¿Quién podría resistirse a un arroz con leche bien cremoso, coronado con una lluvia de canela espolvoreada? ¿O a una tarta de manzana al estilo americano, donde la canela se mezcla con el dulzor de la fruta y el crujido de la masa?

La repostería internacional está plagada de ejemplos: los cinnamon rolls suecos —kanelbullar—, que se disfrutan en el tradicional fika escandinavo; los churros con chocolate españoles, que encuentran en la canela un toque diferente cuando se espolvorean tras la fritura; o los snickerdoodles norteamericanos, galletas suaves envueltas en azúcar y canela.

Para quienes prefieren lo sencillo, basta con añadir una rama de canela a la cocción de una compota de frutas o infusionarla en una taza de té para transformar una bebida común en un momento de puro placer sensorial.

Más allá de la gastronomía, la canela sigue teniendo un lugar en la cultura popular. En algunas tradiciones se la usa en rituales para atraer la prosperidad y en aromaterapia para proporcionar energía y bienestar. Su fragancia cálida evoca la cercanía del hogar, y su sabor sigue acompañando celebraciones y reuniones familiares.

La canela es, en definitiva, mucho más que una especia. Es un puente entre el pasado y el presente, entre la salud y el placer, entre la historia y el aroma inconfundible de una tarde de otoño. A veces, basta una pizca para recordar que las cosas simples pueden ser extraordinarias.

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