Los paisajes infinitos de Castilla y León

Entre el azul intenso del Mediterráneo y la elegancia francesa, se extiende una franja costera que ha inspirado a artistas, escritores y viajeros durante más de un siglo. La Costa Azul, o Riviera Francesa, no solo es sinónimo de lujo y glamour; también guarda pueblos con alma, sabor tradicional y paisajes que parecen sacados de una pintura impresionista. Este verano, si buscas algo más que playas abarrotadas, te proponemos descubrir cinco pueblos costeros que capturan la esencia de esta región única.

Èze, el nido de las águilas

Colgado en lo alto de un acantilado, entre Niza y Mónaco, el pueblo medieval de Èze ofrece una de las vistas más vertiginosas del Mediterráneo. Sus callejuelas empedradas, sus tiendas de artesanía y su jardín exótico suspendido sobre el mar convierten a Èze en un lugar perfecto para perderse. Nietzsche solía caminar desde la playa hasta la cima para ordenar sus pensamientos; hoy tú puedes hacer lo mismo y luego disfrutar de una cena frente al horizonte azul.

Cassis, la hermana pequeña de Saint-Tropez

Menos ostentosa pero igual de encantadora, Cassis es un refugio costero con alma de puerto pesquero. Situado al este de Marsella, su atmósfera relajada, su colorida arquitectura provenzal y los imponentes acantilados de las calanques cercanas la hacen ideal para 

Una escapada otoñal por Castilla y León puede comenzar en Salamanca, la ciudad universitaria por excelencia. Su Plaza Mayor brilla con la luz dorada que le da la piedra de Villamayor, y perderse por sus calles es un placer. La Universidad con su famosa rana es visita obligada, igual que la Casa de las Conchas o la Catedral Nueva, desde cuya torre se dominan los tejados ocres de la ciudad. Por la noche, el ambiente estudiantil devuelve la alegría a las calles empedradas.

En Segovia, la historia se alza en piedra: el Acueducto romano es una maravilla milenaria, y el Alcázar, con sus torres de cuento, parece sacado de una leyenda. En otoño, las vistas desde la muralla son un espectáculo, y el olor a leña y asado llena el aire. Aquí, el plato estrella no tiene rival: el cochinillo asado, crujiente y tierno, servido en los mesones de la ciudad vieja.

León y Burgos, las joyas del norte

Más al norte, León combina el peso de la historia con una vitalidad moderna. Su Catedral gótica, con vidrieras que parecen incendiarse con la luz del atardecer, es una de las más bellas de Europa. En el Barrio Húmedo, los bares rebosan tapas y vino joven, una tradición que en otoño adquiere un sabor especial.

Burgos, por su parte, es una ciudad sobria y elegante, donde la Catedral —Patrimonio de la Humanidad— domina el paisaje urbano. En otoño, sus parques y paseos invitan al descanso, y el aroma del cordero lechal asado se mezcla con el frío que anuncia el invierno. El Museo de la Evolución Humana y el Yacimiento de Atapuerca, a pocos kilómetros, son paradas imprescindibles para los amantes de la historia.

Castilla y León guarda su magia también en sus pueblos. En Ávila, las murallas parecen abrazar el tiempo; en Peñafiel, el castillo se alza sobre las viñas de la Ribera del Duero, donde el vino es un modo de vida. En Frías, uno de los pueblos más pequeños y fotogénicos de España, las casas cuelgan sobre el acantilado del Ebro. Y en Covarrubias o Calatañazor, el otoño parece quedarse detenido.

Para los amantes del senderismo, los hayedos del Sabinar de Calatañazor, la Sierra de Francia o el Parque Natural de las Médulas —con sus montañas de tierra roja, vestigio de la minería romana— son destinos únicos para disfrutar de la naturaleza en su esplendor otoñal.

Sabores que abrigan el alma

El otoño castellano-leonés también se disfruta en la mesa. Setas, castañas, legumbres y guisos se convierten en protagonistas. En la Tierra de Campos, las lentejas de La Armuña son puro sabor; en León, el botillo calienta los días fríos; y en Burgos, el queso fresco y la morcilla son imprescindibles. Todo acompañado, por supuesto, de los grandes vinos de Ribera del Duero, Toro o Bierzo, que en esta época del año se degustan con calma.

Castilla y León es, en otoño, una sinfonía de colores y aromas. Es un destino que combina la historia con la calma, la gastronomía con la naturaleza. Cada ciudad, cada pueblo, ofrece una experiencia distinta, pero todos comparten ese aire antiguo que reconcilia con el tiempo.

Un viaje por esta región en otoño no es solo una escapada: es una inmersión en la esencia de España.

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