La cristalería (copas, vasos y jarras) es la joya de la corona de una mesa. Lucen, visten y dan esplendor en el momento importante para los comensales. Una buena variedad y apariencia nos confirma la preocupación del restaurador para que sala y cocina alcancen plena comunión. Por regla general, nunca han de faltar, lo que denominaríamos la trinidad, formada por la copa de agua, la de vino tinto y la de blanco. Pueden parecerse, si bien nunca son iguales, puesto que tienen cometidos distintos. La copa de agua es la más próxima al plato y la de mayor tamaño. Es ligeramente abombada y suele llenarse por encima de la mitad. Ante el auge del vino y el mejor trato por parte de los restauradores, la copa de tinto es la evolucionada, ganando envergadura hasta alcanzar cotas semejantes a su hermana. De talle alto y poderosa circunferencia, presenta una boca más pequeña que la anterior. La finalidad es que los aromas del vino circulen mejor. Nunca se sirve demasiado, aproximadamente un tercio. Como contrapartida, la destinada al blanco es más esbelta y elegante. Puede utilizarse indistintamente para blancos o rosados. Su tamaño es menor debido a que los vinos deben servirse muy frescos. Además, se sirve poca cantidad. La última tendencia del sector, sin embargo, es simplificar y reducir la cristalería sobre la mesa. “Utilizando dos copas, como mucho. Y una de ellas de tamaño intermedio que sirva tanto para el tinto como para el blanco”, explica a Agro Periódico Magazine, la gerente de Tecnyhostel, Teresa Escobar Gálvez. “En términos de operativa, es mucho más cómodo para el profesional que se enfrenta al montaje de las mesas de un restaurante o un salón de banquetes”.
Al margen de las anteriores, hay una extensa gama de copas y vasos, según los platos que maridemos y, por supuesto, la ocasión. Un buen cava o champagne requiere, por ejemplo, una copa alta y aflautada. Este diseño preserva el contenido del gas carbónico y permite disfrutar el espumoso mucho más tiempo en condiciones ideales. La responsable de la firma defiende la importancia de un buen vidrio y un acabado profesional porque “un buen vino hay que tomarlo en una buena copa”. En su opinión, “cambia muchísimo el sabor por lo que no te pueden poner algo mediocre si eliges una gran marca”. En el caso de Tecnyhostel, su marca estrella es la alemana Schott Zwiessel, una de las más reputadas del mercado.
Pero hay muchas más formas y diseños. La copa para el licor es la más pequeña y, sin embargo, la más camaleónica. Es la más rebelde ya que no está sujeta a reglas fijas. Suele contener bebidas de alto contenido de alcohol. De ahí que su tamaño sea limitado. Lo que no puede faltar en un restaurante que se precie de serlo, son las copas para el Jerez. Su diseño combina el estilismo del champagne con formas que recuerdan a la de blanco. El tallo es corto y la boca muy estrecha con el fin de retener los aromas, algo capital en el mundo de los generosos. Precisamente su diseño, ha inspirado una nueva colección de copas “muy novedosas y para un público atrevido ya que presentan el tallo más bajo de lo normal” y que están pensadas “tanto para vino como cerveza”, agrega Escobar. Un buen festín debe acabar con sabrosos licores, un whisky con una buena treintena a sus espaldas y, para los más sibaritas, un buen brandy. La copa de brandy o coñac es todo un clásico. Se la denomina también copa de balón por su forma abultada y la extrema circunferencia. Muestra talle corto y pedestal ancho. La boca, por supuesto, muy ajustada para descubrir aromas que nos susurran décadas de barrica. No debemos olvidar, por último, las copas para el vermú y los cócteles. Son de cono invertido y fuste alto.