Entre el azul intenso del Mediterráneo y la elegancia francesa, se extiende una franja costera que ha inspirado a artistas, escritores y viajeros durante más de un siglo. La Costa Azul, o Riviera Francesa, no solo es sinónimo de lujo y glamour; también guarda pueblos con alma, sabor tradicional y paisajes que parecen sacados de una pintura impresionista. Este verano, si buscas algo más que playas abarrotadas, te proponemos descubrir cinco pueblos costeros que capturan la esencia de esta región única.
Èze, el nido de las águilas
Colgado en lo alto de un acantilado, entre Niza y Mónaco, el pueblo medieval de Èze ofrece una de las vistas más vertiginosas del Mediterráneo. Sus callejuelas empedradas, sus tiendas de artesanía y su jardín exótico suspendido sobre el mar convierten a Èze en un lugar perfecto para perderse. Nietzsche solía caminar desde la playa hasta la cima para ordenar sus pensamientos; hoy tú puedes hacer lo mismo y luego disfrutar de una cena frente al horizonte azul.
Cassis, la hermana pequeña de Saint-Tropez
Menos ostentosa pero igual de encantadora, Cassis es un refugio costero con alma de puerto pesquero. Situado al este de Marsella, su atmósfera relajada, su colorida arquitectura provenzal y los imponentes acantilados de las calanques cercanas la hacen ideal para los amantes del mar y la naturaleza. Un paseo en barco por estas formaciones rocosas es casi obligatorio, así como probar un buen vino blanco de la zona.
Villefranche-sur-Mer, la joya escondida
A tan solo unos minutos de Niza, Villefranche es uno de los secretos mejor guardados de la Riviera. Su bahía natural, considerada una de las más profundas del Mediterráneo, la ha protegido del turismo masivo. Pasear por su casco antiguo, con fachadas color ocre y ropa tendida al sol, es como sumergirse en un cuadro vivo. Aquí se rodaron películas y se alojaron estrellas, pero el ritmo sigue siendo pausado y auténtico.
Saint-Paul-de-Vence, el refugio de los artistas
Aunque no está justo en la costa, merece mención especial por su cercanía al mar y su importancia cultural. Saint-Paul ha sido durante décadas un imán para artistas como Chagall, Matisse o Picasso. Sus calles empedradas, galerías de arte y cafés sombreados por parras lo convierten en un lugar único. Desde lo alto, las vistas del mar y las colinas provenzales son un bálsamo para el alma.
Menton, el jardín de Europa
En la frontera con Italia, Menton es un cruce encantador entre dos mundos. Famosa por sus limoneros, su microclima templado y su arquitectura barroca, esta ciudad-pueblo combina la elegancia francesa con el aire festivo del sur italiano. Su festival del limón en febrero es legendario, pero en verano Menton se viste de colores suaves, y su paseo marítimo invita a la calma. Un baño en sus aguas cálidas es un placer sencillo y memorable.
Más allá del cliché
La Costa Azul es mucho más que yates, casinos y fiestas. Estos pueblos invitan a redescubrir un Mediterráneo más íntimo, donde la historia y la belleza natural se funden con la vida cotidiana. Viajar por ellos es dejarse llevar por un ritmo más humano, donde el lujo es sentarse a la sombra de una buganvilla, saborear una tapenade casera o escuchar el oleaje desde una terraza tranquila. ■
Este verano, atrévete a mirar la Riviera con otros ojos. Porque entre el bullicio de Niza o Cannes, laten corazones más pequeños, pero no menos intensos. Y son ellos los que realmente dan alma a la costa azul.