Suiza no solo es conocida por sus relojes precisos y su chocolate perfecto. Este pequeño país encajado en el corazón de Europa es una sucesión de paisajes de cuento, donde las montañas acarician el cielo, los lagos se tiñen de azul profundo y los pueblos parecen salidos de una acuarela. El verano es el momento perfecto para descubrir su cara más cálida: calles empedradas llenas de flores, mercados al aire libre, rutas de senderismo y terrazas soleadas con vistas a glaciares lejanos. Aquí, cada pueblo tiene una personalidad única, ya sea alpina, lacustre o medieval, pero todos comparten un mismo espíritu: el de la belleza serena.
Gruyères, sabor medieval y aroma a queso
En el cantón de Friburgo, Gruyères es una joya medieval donde el tiempo parece haberse detenido. Sus calles empedradas, su castillo del siglo XIII y las casas con fachadas decoradas con flores rojas invitan a pasear sin prisa. El aroma característico del queso Gruyère impregna el aire y visitar la Maison du Gruyère es casi obligatorio para entender la tradición quesera suiza. Además, los amantes del arte encontrarán en el Museo HR Giger un contraste futurista y sorprendente con el entorno.
Lauterbrunnen, el valle de las 72 cascadas
Pocos lugares en Europa impresionan tanto como Lauterbrunnen. Situado en el cantón de Berna, este valle verde es un escenario natural espectacular, flanqueado por paredes rocosas de las que caen decenas de cascadas. En verano, los prados se llenan de flores alpinas y las rutas de senderismo llevan a miradores que quitan el aliento. Desde aquí se accede fácilmente a pueblos como Wengen o Mürren, sin coches y con vistas privilegiadas al macizo del Jungfrau.
Ascona, elegancia mediterránea junto al lago Maggiore
En el sur, en el cantón del Tesino, Ascona sorprende por su ambiente casi mediterráneo. Las fachadas color pastel, las palmeras junto al paseo marítimo y las terrazas frente al lago Maggiore invitan a ralentizar el ritmo. El casco antiguo, con sus callejuelas estrechas y tiendas artesanas, es perfecto para una tarde de compras tranquilas. Además, el verano trae conciertos, festivales de arte y un clima cálido que contrasta con la imagen alpina tradicional de Suiza.
Appenzell, tradición y naturaleza en estado puro
Appenzell, en el noreste del país, es sinónimo de tradición suiza. Aquí las casas están pintadas con motivos coloridos y las costumbres alpinas siguen vivas: desde la elaboración del queso Appenzeller hasta las romerías en verano. El paisaje circundante es un paraíso para el senderismo, con praderas verdes y cumbres accesibles como el monte Säntis. Visitarlo es sumergirse en la Suiza más auténtica, donde la hospitalidad es tan importante como la belleza del entorno.
Zermatt, al pie del majestuoso Cervino
Aunque muy conocida por sus pistas de esquí invernales, Zermatt en verano ofrece un rostro distinto y más relajado. Sin tráfico motorizado, sus calles peatonales están llenas de boutiques, cafeterías y chalets de madera. Desde aquí parten rutas hacia el glaciar Gorner y miradores desde los que contemplar el imponente Matterhorn (Cervino). El verano permite combinar paseos alpinos, rutas en bicicleta y experiencias gastronómicas de altura.
Un país que invita a perderse
Viajar por los pueblos de Suiza en verano es dejarse envolver por un ritmo más lento y por una belleza que no necesita filtros. Entre un paseo en barco por un lago, una caminata por un sendero alpino y una degustación de quesos, el visitante descubre que la esencia de este país está en sus rincones menos transitados. Allí donde el sonido del agua y el tintinear de las campanas de las vacas sustituyen al ruido de la ciudad, uno entiende por qué Suiza es, más que un destino, un estado de ánimo.