¿Has hecho ya planes para el próximo fin de semana? Seguro que hay hueco para unas tapas con los compañeros del trabajo, almorzar con la familia o cenar con los amigos. La dinámica a la que nos someten las actuales exigencias laborales, con una actividad en ocasiones frenética, acota los espacios de socialización para limitarlos al tiempo de ocio. Necesitamos relacionarnos, expresar a los demás nuestra forma de ver los acontecimientos, y en esa necesidad, el sentarnos a la mesa con otros se convierte en uno de nuestros recursos principales.
Un ejemplo: la estampa de los almuerzos familiares diarios toca a extinguirse. La conciliación laboral y familiar, unida a la integración de la mujer en el mercado de trabajo (y a la negativa del hombre a recluirse en el ámbito doméstico), deja aquella imagen del padre, madre e hijos en torno al sopero de porcelana como un recuerdo de la España de transición que difícilmente volveremos a ver. Cada vez más, comemos en el trabajo, mientras los niños lo hacen en el comedor del colegio, una situación de la que muchas veces no somos conscientes y en la que, casi a diario, repetimos los mismos patrones; comemos los mismos menús, en los mismos sitios y con personas que no han sido de nuestra elección. Además, nada de esto ha ocurrido de una generación a otra, el cambio se ha producido ante nuestros ojos, en las últimas décadas.
Es decir, vivimos una suerte de vida industrializada de la que esperamos escapar, cada fin de semana, con la idea de recrear espacios de socialización que evoquen tradición, tiempo libre y largas conversaciones. Se trata de una realidad que impulsa ‘gastroboom’ del que somos testigos.
Comer, bien. Con amigos, mejor.
Entender por qué se venden determinados productos pasa por conocer qué motiva el consumo. Es decir, la única bola de cristal que puede decirnos cuál será el próximo restaurante de éxito, o qué nueva receta atraerá a los foodies, es la estadística. Lástima que en Málaga, aun siendo singular en su modelo gastronómico, no haya datos que permitan un análisis particular. No obstante, siempre nos quedarán observar hábitos en clave nacional.
En un estudio realizado por los profesores Abascal Fernández y Díaz de Rada (Universidad de Navarra) con datos del CIS, se definió que los españoles comen fuera de tres formas elementales: cuando van a casa de amigos o familiares, cuando lo hacen en una cafetería o restaurante y cuando se llevan la comida desde casa. En el primero de los casos, el 93% de las personas contestó hacerlo por encontrarse con amigos y familiares, es decir, para socializar. En el caso de quienes deciden comer fuera visitando un restaurante, cafetería o bar, el 70% contestó en el mismo sentido. Solo en el caso de quienes se llevan la comida desde casa ese porcentaje cae al 28% (siendo un 45% quienes dicen tirar de fiambrera por obligaciones laborales y no tener tiempo de volver a casa a comer).
Se trata de datos generales sobre motivaciones elementales, pero que ofrecen una interesante explicación sobre la estrategia que, en los últimos años, observamos en la industria alimenticia. Un comportamiento que, junto con el de la ciudadanía, poco a poco iremos desgranando en estas páginas.