En los meses cálidos, cuando el asfalto se agrieta y el sol aprieta con tenacidad, algunas flores resisten y embellecen los paisajes con su estallido de color y aroma. El verano no es solo tiempo de playas y frutas: también lo es de flores que desafían el calor con una elegancia única. Jazmines, nardos, dalias o hibiscos llenan patios, jardines, balcones y hasta calles enteras, regalando no solo belleza visual sino también beneficios sensoriales y culturales. En este reportaje exploramos su origen, su simbolismo y los usos que siguen cautivando a jardineros, perfumistas y herboristas de todo el mundo.
El jazmín, aroma de las noches del su
El jazmín, con su fragancia dulzona e intensa, es el rey de las noches veraniegas. Originario de Asia tropical, se adaptó perfectamente al clima mediterráneo y hoy forma parte del paisaje olfativo de muchas ciudades andaluzas. En patios cordobeses y malagueños, su olor se convierte en memoria de infancia y en susurro de serenatas.
Esta flor blanca, pequeña y delicada, ha sido utilizada durante siglos en perfumería por su capacidad para fijar aromas y aportar sensualidad a los compuestos. En la medicina tradicional, se emplea como calmante natural. Sus infusiones ayudan a reducir el estrés y el insomnio. También se cree que su aceite esencial favorece la autoestima y combate la melancolía.
Nardos, la flor que canta por dentro
El nardo es pura intensidad. Sus largos tallos coronados por flores blancas y carnosas desprenden un perfume embriagador, profundo y algo hipnótico. Esta flor, que se cultiva sobre todo en México, India y el sur de España, ha sido históricamente asociada con la espiritualidad, la muerte y la sensualidad.
Los egipcios la usaban en sus rituales de embalsamamiento. En la actualidad, su aceite esencial se considera uno de los más valiosos en aromaterapia por sus propiedades sedantes y afrodisíacas. Se dice que alivia la ansiedad, suaviza el ritmo cardíaco y promueve un sueño profundo. En España, los nardos están también ligados a la imaginería religiosa y a la copla, donde simbolizan la belleza trágica.
Dalias, esplendor mexicano para el veran
Menos aromáticas pero visualmente imponentes, las dalias son flores de origen mexicano declaradas flor nacional del país. Llegaron a Europa en el siglo XVIII, conquistando jardines por su variedad cromática —desde los tonos pastel hasta los violáceos más oscuros— y su aspecto geométrico y equilibrado.
Además de su valor ornamental, la raíz de la dalia fue utilizada por los pueblos indígenas para tratar la diabetes antes del descubrimiento de la insulina, gracias a su contenido de inulina, un tipo de fibra soluble que ayuda a regular los niveles de azúcar. Hoy en día, algunas investigaciones exploran su potencial como ingrediente saludable en la cocina.
Hibisco, flor tropical de múltiples talentos
También conocida como flor de Jamaica, el hibisco es una explosión de color que va del rojo sangre al fucsia más vivo. Procedente de Asia y África, se ha adaptado al clima cálido de América Latina y el Mediterráneo. En muchos países, su infusión es bebida nacional. Refrescante, ácida y de un rojo intenso, esta bebida se consume fría y con hielo durante el verano, ayudando a bajar la presión arterial y mejorar la circulación.
En cosmética natural, se usa por sus propiedades antioxidantes y regenerativas. Además, el hibisco es un símbolo de hospitalidad y alegría en muchas culturas del Pacífico.
Floraciones que nos recuerdan quiénes somos
Más allá de su utilidad o belleza, las flores de verano son guardianas de lo intangible. Sus aromas despiertan memorias, abren caminos interiores y tejen puentes entre generaciones. Están presentes en canciones populares, leyendas, devociones religiosas y amores secretos.
Jazmines en el pelo, nardos en un jarrón, dalias en un campo abierto, hibiscos en una jarra fría: cada uno es una forma de resistir el calor y abrazar el presente. El verano, con su luz implacable, no se entiende sin ellas. Y aunque muchas se marchiten en otoño, su perfume sigue flotando como una promesa de regreso.