Ramen: el alma en un cuenco

Hablar de ramen es hablar de mucho más que una sopa. Es sumergirse en una historia centenaria que ha cruzado continentes, se ha reinventado en miles de cocinas y ha conquistado paladares desde Tokio hasta Ciudad de México. El ramen, con su caldo humeante, fideos elásticos y una sinfonía de toppings, no es simplemente comida: es cultura, es pasión, es identidad.

Un plato con historia

Aunque muchas personas asocian el ramen directamente con Japón, su historia comienza en China. Se cree que los primeros fideos llegaron a Japón a través de inmigrantes chinos durante el siglo XIX, cuando el país comenzaba a abrirse al mundo tras siglos de aislamiento. Lo que en sus inicios se llamaba shina soba (fideos chinos), fue adoptado por los japoneses, quienes le dieron identidad propia hasta convertirlo en un símbolo gastronómico nacional.

En la posguerra, el ramen se volvió popular por ser barato, saciante y fácil de preparar. Las calles de Tokio se llenaron de puestos que ofrecían esta sopa a los trabajadores exhaustos. Con el tiempo, cada región desarrolló su propia versión, dando origen a variedades como el tonkotsu de Fukuoka (caldo de huesos de cerdo), el miso ramen de Hokkaido o el shoyu ramen de Tokio.

Ingredientes que bailan en armonía

Un buen ramen comienza con el caldo, que puede tardar entre 6 y 12 horas en cocinarse. Es aquí donde se define el carácter del plato: puede ser espeso y cremoso como el tonkotsu, o claro y fragante como el shio (sal). A este se suman los fideos, hechos a base de trigo y kansui (una solución alcalina que les da su textura elástica y color ligeramente dorado).

Los toppings son un mundo en sí mismos: desde el tradicional chashu (panceta de cerdo estofada), pasando por el menma(brotes de bambú fermentados), el huevo marinado (ajitsuke tamago), cebollín picado, alga nori, y hasta maíz o mantequilla, dependiendo de la región. Cada ingrediente tiene su razón de ser y aporta una capa de sabor y textura.

Ramen casero: arte paciente y reconfortante

Preparar ramen en casa puede parecer intimidante, pero existen versiones accesibles que permiten disfrutar de este plato sin pasar medio día en la cocina. Una receta básica puede incluir caldo de pollo o cerdo cocido durante dos horas con ajo, jengibre y cebolla. A eso se le puede añadir pasta de miso o salsa de soya como base de sabor. Los fideos pueden conseguirse en tiendas asiáticas o prepararse con harina de trigo, agua y bicarbonato.

Una vez listo el caldo, solo queda montar el cuenco: fideos cocidos al dente, toppings al gusto y una cucharada del aceite aromático final (de sésamo, ajo o chile). El resultado: un abrazo caliente que combina la delicadeza de lo artesanal con la contundencia de lo casero.

Mucho más que una moda

En los últimos años, el ramen ha experimentado un auge internacional. Desde restaurantes especializados hasta cadenas de comida rápida, este plato ha demostrado que puede ser tanto alta cocina como comfort food. En países de América Latina, cada vez más chefs reinterpretan el ramen con ingredientes locales, como maíz criollo, chile guajillo o incluso aguacate.

Sin embargo, los amantes del ramen insisten en que lo esencial permanece: el respeto por el caldo, la cocción precisa de los fideos y la armonía entre sabores. No se trata de seguir una receta exacta, sino de encontrar el equilibrio perfecto en cada cuenco.

Un viaje de sabores que nunca termina

Comer ramen es una experiencia multisensorial. Es el vapor que sube al rostro, el sonido de los fideos al ser sorbidos, el juego de texturas al morder el chashu o romper el huevo marinado. Cada cuenco es distinto, cada bocado es un viaje. Por eso, el ramen no es solo una moda pasajera: es una forma de ver la cocina como un arte vivo, en constante evolución.

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