Ronda, entre cielos y abismos: un viaje al corazón andaluz

Pocas ciudades en el mundo consiguen conjugar, como lo hace Ronda, historia, vértigo y sabor con tanta naturalidad. Esta joya malagueña, suspendida entre barrancos y leyendas, cautiva al visitante desde el primer paso. Situada en la serranía que lleva su nombre, Ronda es un destino imprescindible para quienes buscan una Andalucía auténtica, cargada de belleza y carácter.

Una ciudad tallada sobre un tajo

Ronda se levanta sobre un impresionante desfiladero conocido como el Tajo, que alcanza más de 100 metros de profundidad y divide en dos el núcleo urbano. La vista desde el emblemático Puente Nuevo, una colosal obra de ingeniería del siglo XVIII, es uno de los espectáculos naturales más sobrecogedores de España. Construido con piedra extraída del mismo barranco, el puente conecta el casco antiguo con la parte moderna y ofrece panorámicas que se graban en la retina y el alma.

El Tajo no es solo un accidente geográfico, sino también el símbolo de la historia de Ronda: un cruce de culturas y caminos, de tensiones entre lo viejo y lo nuevo, lo celeste y lo terrenal.

Eco de civilizaciones

La historia de Ronda se remonta a tiempos prerromanos, cuando era conocida como Arunda. Fue posteriormente romanizada, y de esta época se conservan importantes vestigios como los baños árabes y parte del trazado de la antigua ciudadela. Durante la dominación islámica, Ronda floreció como un importante enclave defensivo y cultural, y muchas de sus callejuelas empedradas y muros encalados aún respiran esa herencia.

Tras la reconquista cristiana en 1485, la ciudad conservó su carácter híbrido, mezcla de influencias árabes, góticas y renacentistas. Esa riqueza se percibe en monumentos como la Iglesia de Santa María la Mayor, construida sobre una antigua mezquita, o el Palacio de Mondragón, antiguo palacio de los reyes taifas y hoy museo municipal.

Un paseo por el alma rondeña

Además del Puente Nuevo, hay lugares imprescindibles que todo viajero debe conocer. El Mirador de Aldehuela y el Balcón del Coño (llamado así por la exclamación que arranca al asomarse) ofrecen vistas espectaculares del paisaje circundante. Para una inmersión en la cultura local, la Plaza de Toros, una de las más antiguas de España, sirve no solo como referente de la tauromaquia, sino también como espacio museístico e histórico.

Las callejuelas del casco antiguo, con tiendas de artesanía, tabernas y patios floridos, invitan a perderse sin rumbo. Cada esquina parece guardar una historia, cada reja de forja un susurro del pasado.

Gastronomía entre montañas

Comer en Ronda es abrazar la esencia de la sierra. La cocina rondeña combina productos de la tierra con recetas ancestrales. Platos como el rabo de toro estofado, el conejo al ajillo, o la sopa rondeña —elaborada con pan, espárragos trigueros y huevo—, reflejan una tradición culinaria ligada al campo y al tiempo lento.

El queso de cabra payoya, los embutidos de la serranía y los vinos de Ronda, cada vez más reconocidos a nivel internacional, completan una oferta gastronómica que sorprende por su calidad y autenticidad. En bodegas como Descalzos Viejos o Cortijo Los Aguilares, el visitante puede degustar caldos locales mientras contempla las viñas que cubren las laderas montañosas.

Ronda, más que una postal

Ronda no es solo una ciudad de postal. Es un lugar que transforma al viajero, que lo confronta con la belleza vertiginosa de la naturaleza y con el peso de los siglos. Sus calles hablan, sus muros recuerdan, su cocina enamora. No es de extrañar que personajes como Rainer Maria Rilke, Orson Welles o Ernest Hemingway cayeran rendidos a sus encantos.

Visitar Ronda es abrir una puerta al alma andaluza, al mestizaje cultural, a la vida entre montañas. Una experiencia que comienza con el asombro y termina con la promesa de volver.

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