Tartas de queso: un placer que nunca pasa de moda

Pocas cosas unen tanto a los amantes del dulce como una buena tarta de queso. Suave, cremosa, con ese equilibrio perfecto entre el dulzor y el toque ácido del queso, la cheesecake ha pasado de ser un postre de casa a convertirse en un fenómeno global, reinterpretado por chefs, pasteleros y aficionados de medio mundo.

Aunque muchos la asocian a Nueva York, su origen es mucho más antiguo: los griegos ya elaboraban una versión primitiva con queso fresco, miel y harina que ofrecían a los atletas olímpicos. Más tarde, los romanos la llevaron por todo el imperio, y con los siglos fue adoptando ingredientes y estilos según la región.

En España, la tarta de queso vive hoy una auténtica edad de oro. Desde las versiones cremosas al horno que triunfan en San Sebastián hasta las reinterpretaciones ligeras y frías de los reposteros más innovadores, cada comunidad tiene su receta y su secreto.

La clave está en el queso

El alma de cualquier tarta de queso es, claro, el queso. Las más clásicas usan queso crema, como el tipo Philadelphia, pero hay opciones para todos los gustos.

En el País Vasco se utiliza queso fresco o tierno de oveja o cabra, lo que le da un punto más rústico y profundo. En Galicia, algunos maestros reposteros recurren al queso de tetilla o de Arzúa-Ulloa, que aportan una textura más fundente. En Andalucía, no falta quien la elabora con requesón o mató, más ligero y con matices lácticos suaves.

El truco está en mezclar el queso con huevos, azúcar y nata —o yogur— y cocerlo a la temperatura justa. Demasiado calor y se seca; poca cocción, y no cuaja.

La tarta vasca: cremosa y con carácter

La tarta de queso vasca se ha convertido en la más famosa del mundo. Nació en la La Viña, una taberna del casco viejo de San Sebastián, y su secreto es la simplicidad. No lleva base de galleta ni coberturas: solo una mezcla de queso crema, nata, azúcar, huevos y un toque de harina.

Se hornea a alta temperatura para que se dore —casi se queme— por fuera y quede cremosa en el interior. El resultado: una textura fundente que se derrite en la boca, con ese sabor ligeramente caramelizado que enamora a primera cucharada.

Versiones frías y ligeras

Las tartas frías de queso, sin horno, son la opción perfecta para quienes buscan una receta fácil y refrescante. Se preparan con una base de galletas trituradas y mantequilla, y una mezcla de queso crema, nata montada y gelatina.

Una vez cuajada en la nevera, se cubre con mermeladas o frutas frescas: fresa, arándano, mango o frutos del bosque. Son ideales para preparar con antelación y triunfan en cualquier sobremesa otoñal o merienda casera.

Creatividad sin límites

La versatilidad de la tarta de queso es infinita. Hoy encontramos versiones con chocolate blanco y frutos rojos, con calabaza y canela (perfecta para el otoño), o con queso azul y miel, para los más atrevidos. En los últimos años también se han puesto de moda las versiones saladas, ideales como entrante o aperitivo: por ejemplo, una tarta de queso de cabra con cebolla caramelizada o una de ricotta con hierbas y tomate seco.

Cómo lograr una tarta perfecta

El secreto está en el equilibrio: no batir en exceso para evitar grietas, hornear con mimo y dejar reposar la tarta en el horno apagado para que se asiente lentamente. Y, sobre todo, dejarla enfriar bien antes de servir: el reposo potencia su textura y sabor.

A la hora de presentar, basta con un toque de azúcar glas, una compota casera o unos hilos de miel. Nada más. Una buena tarta de queso no necesita adornos: su encanto está en su sencillez.

Un clásico eterno

En tiempos de modas gastronómicas efímeras, la tarta de queso mantiene su reinado gracias a su autenticidad. Es el postre del hogar, el de las meriendas de domingo y las celebraciones familiares. Un símbolo universal del placer sencillo, de esos que —como el otoño— reconfortan el alma y el cuerpo.

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