Un chapuzón de celuloide: piscinas míticas del cine clásico

En el imaginario cinematográfico, pocas localizaciones son tan sugerentes como una piscina. Más allá de ser un mero decorado, a menudo se convierten en un personaje más de la historia: escenario de seducciones, traiciones, revelaciones e, incluso, tragedias. Desde el brillo de Hollywood hasta el cine europeo más elegante, las piscinas han reflejado ambiciones, soledad y deseos inconfesables. En este recorrido, buceamos en algunas películas clásicas donde el agua encierra mucho más que frescor.

Sunset boulevard: la piscina donde termina un sueño

En 1950, Billy Wilder filmó una de las escenas más icónicas del cine negro: el cuerpo de William Holden flotando boca abajo en la piscina de Norma Desmond. En Sunset Boulevard (El crepúsculo de los dioses), el agua es símbolo de lujo decadente y trampa mortal. La piscina, recién construida para impresionar, se convierte en un sarcófago líquido. Es el lugar donde el glamour de la era dorada de Hollywood se mezcla con la tragedia, y donde la voz en off del protagonista —ya muerto— nos guía hacia un relato de ambición, soledad y locura.

La piscina: sensualidad y misterio a la francesa

En 1969, Jacques Deray rodó La Piscine, un drama de pasiones en la Costa Azul con Alain Delon y Romy Schneider. Bajo el sol mediterráneo, el agua calma y transparente esconde tensiones sexuales y rivalidades peligrosas. Cada plano de la piscina es un espejo azul donde se reflejan las emociones de los personajes, y su aparente placidez contrasta con la intensidad de los conflictos. El filme, con su estética impecable, convirtió a la piscina en un símbolo de deseo y peligro, exportando un tipo de sofisticación europea que influiría en el cine posterior.

El graduado: un verano atrapado en el agua

The Graduate (1967), de Mike Nichols, convirtió las piscinas suburbanas en metáfora de alienación juvenil. Dustin Hoffman, como Benjamin Braddock, pasa buena parte del verano flotando sin rumbo, tanto literal como emocionalmente. En un montaje brillante, las secuencias acuáticas muestran su desconexión del mundo adulto y su falta de propósito. El agua no es aquí un lugar de juego o liberación, sino un espacio donde se siente suspendido, atrapado entre la adolescencia y la vida adulta.

Something’s got to give: la piscina nunca vista

Aunque la película de 1962 quedó inconclusa por la muerte de Marilyn Monroe, las escenas que rodó en la piscina pasaron a la historia. Fue una de las primeras veces que una estrella de Hollywood filmaba un desnudo parcial para un gran estudio, algo que generó enorme controversia. Marilyn, sumergida en el agua turquesa, quedó inmortalizada como un icono de sensualidad. Aunque la película jamás se terminó, esas imágenes son un ejemplo del poder simbólico de una piscina en el imaginario popular.

El nadador: el viaje líquido de un hombre perdido

En The Swimmer (1968), Burt Lancaster interpreta a un hombre que decide regresar a su casa atravesando todas las piscinas de sus vecinos. Lo que empieza como una excéntrica travesía se convierte en un descenso emocional y existencial. Cada piscina es un capítulo de su vida, desde la nostalgia hasta la humillación. Con un tono alegórico y onírico, el filme explora el sueño americano roto y utiliza el agua como un mapa de recuerdos y pérdidas.

Un espejo del alma en la gran pantalla

En todas estas películas, la piscina funciona como algo más que un fondo bonito: es un espacio cargado de significado. Puede ser escenario de un crimen, de un romance, de un misterio o de una reflexión existencial. En manos de grandes cineastas, el agua es un espejo en el que los personajes —y el público— se ven reflejados, a veces con crudeza.

El cine clásico nos enseñó que una piscina puede ser tan dramática como un desierto o tan intensa como un duelo verbal. Ya sea en el blanco y negro de los años 50 o en el technicolor del final de los 60, el chapoteo en la pantalla siempre nos invita a sumergirnos, no solo en agua, sino en emociones profundas.

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