El descarte es la práctica de devolver al mar las capturas no deseadas, vivas o no, por diferentes motivos. Entre esas razones que provocan el descarte podemos mencionar el hecho de que no alcanzar la talla mínima, por no disponer de licencia el pesca – dor para esas capturas, por escaso valor comercial, por estar dañado el pescado o también debido a determinadas normas de composición del mismo. Por ejemplo, si un pescador tiene licencia para capturar sardinas y le entran salmonetes, estos pasan a ser descartes al tratarse de una embarcación no autorizada para pescar esta especie. En muchas ocasiones, esos ejemplares se devuelven al mar ya muertos y aparece como noticia en medios de comunicación ya que los propios ciudadanos son los que alertan al verlos en la superficie.
¿Pero qué porcentaje del pescado de descarte va finalmente a la restauración? “Ninguno”, según afirma a Agro Sebastián Martín, del restaurante Chin Chin, en el Puerto de Caleta de Vélez. Él, que también es pescador, asegura que “nunca va a llegar ese pescado a los restaurantes. Que nadie se confunda”. Hasta final de 2018, esa pesca de descarte se arrojaba de nuevo al mar desde los barcos, pero la normativa ha cambiado y la Política Pesquera Comunitaria establece que desde el 1 de enero de este año las especies de descarte deben ser llevadas a puerto con el objetivo de erradicar la práctica de tirar peces por la borda.
La normativa para luchar contra los descartes comenzó a aplicarse en 2015 para especies pelágicas (caballa, jurel, anchoa o sardina). Más tarde se extendió a la merluza y la cigala en el Atlántico. Ahora se aplica a todas las artes de pesca y a todo el caldero del Mediterráneo, incluida Málaga.
Para Sebastián Martín, la nueva legislación “ha provocado que los pescadores estén molestos. Ahora no pueden arrojar la pesca que no les sirve teniendo que almacenarla en el barco y llevarla a puerto, donde tienen que sacarla y esperar a que la pesen. Conlleva más trabajo sin remuneración alguna a cambio”, lamenta a la vez que admite la necesidad de controlar la cantidad de pescado de descarte.
La pregunta ahora al propietario de Chin Chin era obligada: ¿qué se hace entonces con ese pescado que depositan en el puerto y que no pueden vender los pescadores? “Lo llevan a comedores sociales de Cáritas y otras organizaciones o se utiliza para obtener harinas de pescado, pero la Administración tiene ahora un gran problema porque ese descarte, o se manufactura, o directamente irá a la basura”. Asimismo, relata que el único descarte que llega a sector de la restauración es de especies no comerciales y que no tienen ninguna tara ni talla mínima.
Sebastián reitera que el descarte no existe y “que únicamente podemos contar como descarte a especies de escaso valor en Málaga como las caballas, bacaladillas, jureles o bogas, que son descartes únicamente por el precio tan bajo que tienen, pero no por otra cosa. Si tuvieran un precio más elevado sería rentable capturarlas y los pescadores apostarían por ellas”.
En ese sentido, recordó que hace ya tiempo la llamada gamba de cristal era un descarte, que antes no se capturaba, pero que hoy es especie objetivo y ha despertado cierto interés culinario, por lo que algunos restaurantes ya la ofrecen a sus clientes. Para Sebastián la única opción que queda para conseguir que especies autóc – tonas como las caballas o jureles dejen de ser descartes, “es seguir incentivando a los grandes restaurantes y medios de comunicación para lograr que ese pescado de bajo coste tenga un precio aceptable ya que son productos fantásticos. Sólo así podrían dejar de ser un pescado de descarte en el momento en que un pescador lo haya capturado”