A veces conduces por una carretera secundaria. Está asfaltada. Le acaban de pintar las líneas discontinuas en el centro de la calzada. Las líneas continuas que separan los carriles del arcén. Todavía no ha dado tiempo a que las ruedas de los coches las ensucien. Las marquen. Incluso el paisaje acompaña. Es una llanura donde el sol ilumina los olivos. Unas casas a lo lejos. El cielo está limpio como un cuaderno sin estrenar. Al fondo, la nieve se derrite sin que te des cuenta. Es agradable avanzar, seguir tu viaje.
Unos kilómetros después el asfalto empieza a hacerse irregular. Aparecen baches. Grietas. Todo se mueve en el interior del coche. En un simple segundo, la ilusión anterior se torna incómoda. Pero no vas a volverte. A darte la vuelta. Sigues, no hay otra.
La vida es un poco así. Lo que estamos viviendo es algo que ha vuelto del revés, como
un calcetín, nuestras trayectorias. Es un terreno incómodo. Complicado. Inestable. Quebradizo. Una incertidumbre que no acaba. Y esa carretera secundaria asfaltada, esa otra vida que conocíamos ya no está. Y quizá no vuelva en años o quizá no vuelva nunca. Y todo sea de otro modo que ahora no imaginamos. Toca conducir por este otro camino inestable. Resistir. Adaptarse a esta ausencia de certezas. Aminonar la velocidad. Frenar más a menudo. Dudar en cada curva. Luchar por lo que se tiene. Lo que te ha costado años construir. Creer o no creer. Ánimo a todos.