Siete pueblos de ensueño en la provincia de Málaga

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Paredes encaladas de blanco impolutos, coloridas macetas, calles angostas y empinadas y vistas panorámicas. Son algunas de las señas de identidad que en nuestro imaginario reflejan los pueblos andaluces más pintorescos, dignos de postales y de recordar en nuestra retina.

En la provincia de Málaga, que mira al Mediterráneo y a la montaña, se puede disfrutar de varias de estas coquetas poblaciones que con sus peculiares trazados urbanos recuerdan el pasado andalusí. Desde la Costa del Sol a la Axarquía pasando por la Serranía de Ronda, encontramos 7 pueblos de ensueño que no te puedes perder.

Casares. Pasear por el casco urbano, a pesar de sus empinadas calles, es ya todo un deleite. No en vano, Casares está declarado desde 1978 como Conjunto Histórico Artístico. Coronando toda la amalgama de casas blancas, se encuentra el castillo árabe de la villa, que conserva muy bien algunas de sus estructuras y tiene inmejorables vistas al Campo de Gibraltar. Dentro de este recinto se encuentra la primitiva iglesia de la Encarnación, del siglo XIV, en la que aún se vislumbran rasgos mudéjares. Fue restaurada en la pasada década y actualmente es el centro cultural de Casares. En la plaza principal se encuentra otro símbolo de Casares, la fuente de Carlos III, construida en 1785 bajo el mandato del monarca. Sus cuatro caños manan agua fresca de la sierra durante todo el año.

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Genalguacil. Enclavado en el Bajo Genal, pero muy próximo a la Costa del Sol Occidental, de la que le separa visualmente la sierra Bermeja, Genalguacil es una pequeña villa de la Serranía de Ronda que se ha dado a conocer en el mundo gracias a su apuesta por el arte. Allí se celebran cada dos años un evento en el que participan de modo altruista creadores de distintas disciplinas. Éstos, sólo a cambio de manutención y alojamiento, elaboran sus obras para que se incorporen como legado artístico del pueblo. Gracias a ello, Genalguacil tiene más de un centenar de creaciones originales repartidas tanto por su casco urbano como en su museo.

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Las famosas caras de Genalguacil.

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Frigiliana. En esta villa axárquica se puede encontrar el arqueotipo de los pueblos blancos de Andalucía, con calles repletas de macetas e inmaculadas fachadas. Así se percibe especialmente en su ‘Barribarto’, un pasaje laberíntico, angosto y a veces empinado que traslada al viajero hasta el pasado andalusí de esta villa. Allí sorprende muy especialmente la variedad de colores que ofrecen las puertas y ventanas de las distintas viviendas. Azules, verdes y rojos sobresalen con fuerza en un marco de blanco impoluto proporcionado por la cal. Pero, además de esta muestra arquitectura popular, subir por el ‘Barribarto’ conlleva una pequeña lección histórica, ya que en una serie de mosaicos se puede conocer la rebelión morisca que desencadenó la batalla del Peñón de Frigiliana (siglo XVI).

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Cómpeta. Este pueblo asentado a los pies de la sierra de Almijara es otro de esos laberintos de cal blanca y coloridas macetas en los que merece la pena perderse. En un paseo por sus calles se pueden hacer también interesantes visitas a su majestuosa parroquia, la iglesia de la Asunción, o a sus colecciones etnográficas (Molino Hadriano y Museo de Artes Populares). Otras visitas obligadas son sus plazas más emblemáticas y animadas, como la de Almijara o la de la Vendimia. Pero, antes de todo ello, lo que más nos llamará la atención será esa bienvenida de blanco impoluto de sus casas, desparramadas en una escarpada ladera de la sierra. Allí brilla con luz propia la torre de la parroquia local.

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Costa del municipio de Torrox.

Torrox. En una segunda línea de playa, con unas vistas panorámicas del Mediterráneo, se ubica Torrox Pueblo, en el que sobresale claramente el llamativo color ocre de la iglesia de la Encarnación. Las viviendas de los torroxeños, desafiando a la irregular orografía de la zona, se distribuyen de forma escalonada e irregular con el inigualable telón de fondo que proporciona por un lado la sierra y por otro el mar. Adentrarse en su casco urbano, supone recorrer el legado andalusí, que se palpa en sus sinuosas y estrechas calles, que sorprenden en muchas ocasiones por sus profundas cuestas. En su casco antiguo se puede seguir la denominada ruta de Almanzor, que destaca la figura de este caudillo árabe, cuyo busto se puede ver en la plaza principal (Muchos historiadores aseguran que nació en la antigua Villa de Torrox).

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Estepona. El centro histórico de Estepona se ha puesto en valor en los últimos años con la mejora de su pavimentación y la ornamentación con coloridas macetas. De esa forma, se ha puesto un excelente marco al valioso casco antiguo de esta villa costasoleña, en la que sobresalen espacios urbanos como la plaza de las Flores, un espacio peatonal especialmente emblemático para los esteponeros. En este recorrido por el corazón de la ciudad también se puede visitar el castillo de San Luis, mandado a construir por los Reyes Católicos para sustituir a la anterior fortaleza árabe, conocida hasta entonces como Estebbuna, de donde procede Estepona. El crecimiento de la ciudad llegó a ocultar en parte la estructura de esta fortaleza, aunque hoy en día se puede contemplar parte de su muralla medieval, que está contigua al Mercado de Abastos. No muy lejos de allí se puede ver la Torre del Reloj, que es el único vestigio que queda de una iglesia derribada por un terremoto en 1.755.

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Benarrabá. En un paseo por las calles de este pueblo se adivina la estructura heredada de la dominación árabe. En los últimos años se han adecentado y mejorado notablemente su casco antiguo, lo que permite que sobresalga la blancura de la cal y el colorido de las macetas. Como edificio emblemático, hay que destacar la iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación, que data del siglo XVIII. Su llamativa torre, visible desde casi cualquier parte del casco urbano, y su fachada son algunos de los valores arquitectónicos más importantes. Otro edificio sobresaliente es una casa rural situada en la plaza del Cabildo. El inmueble, que data de finales del XVIII, tiene una fachada de inusuales colores llamativos, que han permanecido durante siglos ocultos bajo la habitual cal. Su peculiar fisionomía podría estar relacionada con costumbre del norte de España.

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