Clara Verheij y su marido, André Both, se afincaron en la Axarquía en 1995 y montaron dos negocios que nada tenían que ver con el mundo del vino. Clara abrió una escuela de idiomas y André, una empresa de construcción. Aficionados a la enología y rodeados de viñedos en el municipio de Sayalonga, se animaron a recuperar las centenarias viñas que había en la finca y a plantar otras nuevas, dejándose asesorar por amigos y vecinos que les enseñaron a hacer vino. Así surgió la Bodega Bentomiz.
¿Qué cualidades tienen los vinos de Bentomiz? ¿Cómo los definirías?
Son vinos de autor, son vinos de una bodega boutique. Se identifican mucho por la viña, por la combinación de factores que tenemos en la zona, como la cercanía del mar, que está a siete kilómetros en línea recta. El mar lleva brisas salinas que se asientan en la pizarra, que es nuestro suelo. Esa combinación le da una mineralidad bastante notable a nuestros vinos. También influye la edad de las viñas, es importante para la calidad de la uva, así como la altitud, nosotros estamos a entre 500 y 800 metros sobre el nivel del mar. Por otra parte, yo busco frescura y elegancia, esa es nuestra identidad. Hacemos una vendimia temprana para mantener una buena acidez, para no pasarnos de alcohol, utilizamos barricas de una manera moderada y todo para mantener unos vinos con mucha frescura.
¿Es posible que esa sea la tendencia en este sector?
Quizá ahora sí. Hay bodegas bastantes tradicionales y hay cada vez más bodegas modernas con un paladar más joven y más fresco.
¿Hasta dónde llegan vuestros vinos?
Gran parte se vende en la bodega, un tercio se vende a distribuidores y restaurantes de toda España y la otra parte se exporta a unos diez países.
¿Cuándo comenzaréis la vendimia y qué resultados se esperan?
Empezaremos a finales de julio, solíamos empezar a principios de agosto, pero cada vez se adelanta más por el cambio climático. Este año todo tiene buena pinta la moscatel de Alejandría, que es la protagonista de la zona, está madurando bien, no hemos tenido grandes golpes de calor por lo que la uva no ha sufrido quemaduras. Lo mismo con la romé, que es la uva tinta autóctona. Tenemos buenas predicciones tanto en calidad como en cantidad. Además de las uvas de nuestra finca también compramos uvas de otros viticultores.
¿Cuál fue vuestro primer vino y cómo habéis evolucionado?
Nuestro primer vino en el mercado fue un vino naturalmente dulce de uva moscatel, que se llama así, Ariyanas Naturalmente Dulce. Es el que más se exporta y el más emblemático de la bodega. Luego comenzamos a elaborar un blanco seco de moscatel, luego un rosado romé, luego un tinto… En total ya tengo 10 vinos.
¿Cuál es el momento más bonito de la elaboración de un vino?
Mi momento favorito es cuando el vino aún no es vino, pero está fermentando. El momento de la fermentación es la fase que más me gusta, porque parece un producto vivo y, además, ya vas viendo y catando que va a ser un vino, pero en ese momento todavía es un monstruo, tiene burbujas, tiene azúcar residual y muchas notas de fermentación. Probar ese vino en ese momento es lo que más felicidad me da.
Además de la producción de vinos también os dedicáis a una actividad interesante como el enoturismo. ¿Cómo son esas visitas?
Ofrecemos visitas guiadas, que suelen empezar a las 12.30 horas. Los visitantes pasean por la viña y conoce la producción y luego suben a nuestro salón para catar vinos con unos embutidos. Muchos se quedan a comer bajo reserva, porque tras la visita guiada, hacemos un almuerzo, ya que tenemos una cocina profesional. Hay menús de 3, de 5 o de 10 platos creados en torno a los vinos. Además, en la bodega se pueden celebrar eventos a medida.
¿Tenéis alguna programación especial en verano?
Antes de la pandemia hacíamos conciertos de jazz, flamenco y música clásica al aire libre y ofrecíamos un bufé. Eso lo queremos retomar.