La Abeja del Abuelo recupera la memoria de la apicultura

Las abejas desempeñan una labor crucial en la naturaleza. Transportan el polen de una flor a otra y hacen posible que las plantas se reproduzcan y den los frutos que son indispensables para la supervivencia humana. La vida es posible gracias a ellas, aunque su trabajo paciente pasa inadvertido para muchas personas, se podría decir que es casi invisible y muy desconocido. No lo es para Antonio Rodríguez, que ha convivido con ellas desde su niñez en la Alta Alpujarra, donde varias generaciones de sus antepasados han trabajado con estos insectos, desde su bisabuelo, a quien ya ayudaba a cuidar de las colmenas. Ahora continúa la tradición de criar abejas con su propia empresa, La Abeja del Abuelo, un negocio familiar, pequeño, que da sus primeros pasos y que se animó a iniciar después de que un accidente le obligara a jubilarse prematuramente.

Del trato cercano que ha tenido toda su vida con estos animales, que para quienes no están familiarizados con las tareas agrícolas son poco más que una molestia en las salidas al campo, nace su admiración por la labor callada que llevan a cabo. Habla de ellas con cariño, el mismo que pone en recuperar el tipo de abeja ancestral, conocida como abeja de saetillo, que se perdió al imponerse comercialmente una variedad estándar más grande.

La abeja de saetillo se diferencia de la abeja comercial, con la que se trabaja globalmente, principalmente por su tamaño. En la apicultura moderna se emplean abejas de 5,4 mm mientras que las suyas miden 4,9 mm, lo mismo que las que recuerda de su infancia, antes de que se popularizaran las que se comercializan actualmente. La reducción se logra siguiendo un paciente proceso que consiste en reducir poco a poco el tamaño de las celdas en las que crecen las larvas hasta obtener la medida deseada. A Antonio y su familia les ha llevado cuatro años y hace menos de uno que empezaron a dar a conocer la actividad de la Abeja de la Abuela a través de su cuenta de Instagram.

Todas las abejas, no importa el tamaño, realizan la misma función. Pero Antonio solo ve ventajas en las pequeñas. “La primera es que en un panal caben más de mil abejas más”, explica. Eso aumenta la polinización y la producción de miel, que tienen previsto comercializar más adelante, con la expectativa de que sea especial: el pequeño tamaño de las abejas les permitiría acceder a flores que han dejado de polinizarse, por lo que producirán nuevos néctares, además de recuperar especies casi desaparecidas. Hay más ventajas. Estas abejas menudas tiene una vida más larga, ya que nacen antes y son más longevas. En invierno, cuando no trabajan, pueden vivir entre tres y cuatro meses, en cambio en verano y primavera no superan los sesenta días. 

El cuidado de las abejas pequeñas no es diferente al de cualquier otra. Les gusta el sol y con la llegada del frío forman un bolo invernal y su actividad se paraliza. Por eso hay que trasladarlas a sitios cálidos en invierno y frescos en verano. “Somos trashumantes”, puntualiza Antonio Rodríguez. Además, hay que vigilar que no les falte comida ni miel y tratarlas si contraen alguna enfermedad, como la muy temida varroa, aunque las abejas pequeñas son también más resistentes.

Del trabajo rutinario que implica el cuidado de las abejas lo que a Antonio le parece más duro es cargar con las cajas que guardan las colmenas, que pueden pesar cuarenta o cincuenta kilos. Actualmente en La Abeja del Abuelo tienen 63 cajas que contienen catorce panales cada una, cuando habitualmente caben doce. Aún son pocas pero esperan que el negocio vaya bien y les permita invertir para llegar a tener quinientas en un par de años. Aunque han encontrado resistencias para iniciar la actividad, quizá por la desconfianza que despiertan los cambios, Antonio espera que sus abejas tendrán una buena acogida y está dispuesto a desplazarse para llevarlas allí donde las quieran. De momento en marzo les espera en Almería su primer encargo, la polinización de una plantación de sandías en un invernadero, donde las abejas pasarán entre diez y doce días. Por cada hectárea calcula que hacen falta cuatro colmenas. En su trato con las abejas no se libra de las temidas picaduras pero tampoco se queja. 

“Ya ni lo noto. Suelo trabajar sin guantes porque dicen que gato con guantes no caza ratones. Me pueden picar diez, doce, quince, cada día o por la mañana y por la tarde”, explica risueño, sin darle importancia. Dada su experiencia comparte un truco para evitar el ataque de un enjambre, en caso de encontrarlos. 

Nada de hacer movimientos bruscos para ahuyentarlas porque eso solo contribuye a llamar su atención. “Lo que hay que hacer, si se enreda una en el pelo por ejemplo, y está cerca de donde hay más que pueden picar, es sujetarla, agacharse y marcharse despacio. Aunque te pique va a ser solo una. Al ver que te vas no hacen nada. No son tan agresivas como parece”.

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