“Cuando se piensa en el vino, hay que hacerlo desde que se planta la viña hasta que está en la botella”

Juan Muñoz pertenece a la tercera generación de una familia de bodegueros en la localidad malagueña de Moclinejo. Fue su abuelo quien comenzó a elaborar vino para no depender exclusivamente de lo que producía el campo, un negocio que continuó su padre y al que Muñoz y su hermano, con constancia y formación, dieron un giro para modernizarlo y no verlo desaparecer. Actualmente Bodegas Dimobe cuenta con más de una treintena de referencias en el mercado y ha recibido numerosos galardones. 

¿Cuáles son tus primeros recuerdos relacionados con el mundo del vino?

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Vivo en la bodega desde que nací. Mi habitación estaba encima de donde ahora se encuentra la prensa hidráulica y yo me he criado escuchando los ruidos de las maquinarias antiguas y el trasiego de la gente. El despacho de vinos estaba a la entrada de la casa de mis padres, que era la de mis abuelos, yo llegaba del colegio, hacía los deberes y después me iba con mi padre a la bodega.

Si no hubieras nacido prácticamente en una bodega, ¿a qué te hubiera gustado dedicarte?

En mi casa siempre hemos vivido de vender vino y de la agricultura, siempre hemos sido agricultores y bodegueros y, como es algo que me llena tanto, nunca he pensado en dedicarme a otra cosa. Si mi abuelo en su momento no hubiera tenido quien le enseñara a hacer vino, pues él hubiera sido agricultor y nosotros, también. 

¿Qué supone pertenecer a la tercera generación de bodegueros? 

Es una alegría. Cuando pienso en cómo empezó mi abuelo, que no tenía ni idea de elaborar vinos… Tuvo la suerte de tener un amigo que era maestro bodeguero y le enseñó por la necesidad de tener una actividad mejor a la del campo. Mi padre continuó el negocio con mucha ilusión y fue quien peleó para que tener un registro embotellador una marca. Mi hermano y yo hemos vivido los años de crisis, cuando las bodegas pequeñas estaban desapareciendo, y apostamos por aprender, modernizar la bodega y luchar para que no se perdiera. Hemos pasado de los graneles a tener marcas reconocidas tanto en Málaga como fuera y con muchos premios. Si has pasado por todo eso, es para estar orgullosos.

La cuarta generación se está incorporando al negocio, ¿qué está aportando?

Vienen con mucha ilusión y están muy integrados en el negocio. Sin que nunca se haya hablado, cada uno se ha dedicado a una parcela, poco a poco se han ido incorporando. Si hay algo nuevo, opinamos todos, mis hijos, mis sobrinos, mi hermano y yo. Cuando las cosas encajan, es una alegría. Además, en la distribuidora, también son como de la familia, tenemos la suerte de tener más de 20 trabajadores y entre ellos son una piña. Cuando tenemos un producto nuevo, todo el mundo saca pecho. Si no fuera por eso, la empresa no funcionaría, aunque tuviéramos el mejor vino del mundo.

¿Cuál ha sido el principal logro para vosotros?

Mantenerse en tiempos difíciles. Estamos hablando de una bodega pequeña, cualquier cosa necesita muchos recursos y hacerse un hueco en el mercado ha sido un gran logro. Partir de vinos que se vendían a granel a tener una gama tan completa como tenemos ahora y que se respeten… Qué más podemos pedir.

¿En qué momento y por qué deciden ir más allá de los vinos tradicionales?

Mi padre se jubiló en 1998 y en esos tiempos las bodegas pequeñas, tanto malagueñas como andaluzas, vivíamos de vender las garrafas de vino en la taberna. Las bodegas iban cayendo como moscas. Mi hermano y yo ya teníamos la distribuidora funcionando, porque la familia iba creciendo y de la bodega no podíamos vivir todos. O la dejábamos morir y nos dedicábamos a distribuir, porque necesitábamos ingresos, o luchábamos por lo que habíamos hecho toda la vida. Comenzamos a introducir maquinaria moderna y a aprender a hacer vino. Sabíamos elaborar lo que habíamos hecho siempre, pero el mercado no es lo que quería. Nos pusimos las pilas y nos estuvimos formando con profesionales.  

Además de Dimobe, hace unos años surge Viñedos Verticales…

Es un proyecto precioso. Es una empresa que creamos en 2015 partiendo de la amistad que tenemos con Vicente Inat y Ana de Castro. Es parecido a lo que hicimos en 2006 con Alicia Eyaralar, que creamos Piamater solo por la ilusión de disfrutar juntos. Después de muchos años conociéndonos, y como coincidimos en tantos aspectos Vicente y nosotros, decidimos crear Viñedos Verticales. Son vinos distintos a los de Dimobe, ya que son el resultado de las discusiones que tenemos con Vicente (risas), y disfrutamos mucho. De ahí salió Filitas y Lutitas y La Raspa. Con este proyecto estamos plantando variedades de uva que estaban desapareciendo como la Romé y la Doradilla, y estamos consiguiendo elaborar unos vinos nuevos sin abandonar lo que siempre habíamos hecho, unos vinos que en el mercado se aprecien y por los que el consumidor pueda pagar un poco más. En consecuencia, podemos pagarle al viticultor lo que su trabajo merece. En el campo el viticultor nunca cobra lo necesario para mantener las viñas y hay que mirar más por él, porque si no, la Axarquía no tiene futuro. Hay que pensar en el vino desde que se planta la viña hasta la botella, no solo en la venta. 

¿El malagueño sigue desconociendo sus vinos?

Desde hace dos décadas, esto ha cambiado mucho. Antes llegabas con tu vino al restaurante y decían “vino del pueblo, así será”, como con desprecio, y ahora restaurantes muy buenos sacan pecho por el vino de Málaga. Vamos por el buen camino. 

¿Es necesaria más promoción por parte de la hostelería y de los bodegueros?

A veces no cuidamos las palabras y nos dedicamos a decir que los restaurantes de Málaga tendrían que defender los vinos de aquí. Estamos acostumbrados a echarle la culpa al de al lado, pero también hay que ponerse en la piel de ellos. Los restaurantes tienen muchos gastos y, además, le tienen que dar al cliente lo que le pidan, por pantalones no hay que ponerles un vino de Málaga. Queremos que los restaurantes nos defiendan a cambio de nada, aunque es cierto que, en los últimos años, los bodegueros estamos colaborando más con los establecimientos. En Dimobe intentamos que nuestros clientes, hosteleros y consumidores, vengan a la bodega, que conozcan los vinos y las viñas. La gente tiene que saber por qué nuestros vinos son como son. Yo creo que, en general, llevamos buen camino, pero necesitamos más tiempo. 

¿Qué proyectos tenéis entre manos?

No paramos de investigar en la bodega con distintas elaboraciones, de distintas parcelas, para ir conociendo más lo que tenemos entre manos. Queremos ir recuperando más viñas Romé y Doradilla, aunque existen muchas trabas administrativas a nivel europeo, y seguir colaborando con los agricultores de la Axarquía. En definitiva, seguir trabajando y aprovechar los nuevos conocimientos para que mejoremos todos los que participamos en las distintas etapas del ciclo.

Recientemente habéis ganado siete premios Zarcillo, ¿cómo habéis recibido este reconocimiento?

Ha sido una barbaridad, siempre obtenemos uno o dos premios, pero este año se ha desbordado. Estamos muy contentos. Además, también ganamos dos medallas en los premios internacionales Muscats du Monde, que es el concurso internacional más importante para reconocer los mejores moscateles. Piamater 2018 fue galardonado con una Medalla de Oro y Zumbral, con una Medalla de Plata. Siempre estamos intentando mejorar y si luego llegan estos reconocimientos, pues nos ayuda mucho a seguir trabajando y a que muchas más personas conozcan nuestros vinos. 

¿Qué vino se abre Juan Muñoz en un día especial?

Dependiendo del momento y de las circunstancias, te puede apetecer un vino de 40 años o un vino fresquito del año. Yo me quedo con un Seco Trasañejo, quizá es el que menos bebería la mayoría de la gente, pero un vino que tiene que criarse durante tantos años en madera vieja y que los aromas y sabores son tan peculiares, tan complejos, es lo que más disfruto. Si tuviera que escribir las sensaciones, el Quijote se quedaría pequeño. Y en vinos dulces, un Pajarete, que es un vino de ensamblaje, donde cada partida aporta algo, es muy distinto a todo. 

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