“El valor de recuperar el recetario tradicional está en que la gente vuelva a practicar esa cocina en sus casas»
Usted se interesa por la cocina desde niña. ¿Cómo empezó todo?
Tengo mi primer recuerdo con mi madre en una de esas cocinas antiguas con la encimera de mármol. Ella haciendo caramelo y yo quemándome el dedito cuando lo tocaba. El interés por la cocina popular o tradicional fue a través de mi abuela paterna, que pasó los últimos años de su vida postrada en un sillón. Era una mujer con la que era difícil entablar conversación, pero hablaba mucho de la cocina de su infancia, y este interés común por la cocina hizo que tuviésemos una relación cercana. Me contaba los platos que hacían en la posguerra, y a mí me parecía que eran cosas muy exóticas, porque se sacaba una comida de donde no había nada. Tuve la sensación de que aquello era un patrimonio que se estaba perdiendo por no estar de moda en aquel momento y porque no había nadie que se preocupara de aquella cocina. Así empecé a interesarme por recoger las recetas de mi abuela, las de las abuelas de otras familias… Cuando trabajaba en El País hacía tribunales, y un verano el redactor jefe me dijo que cada día llamara a un chef para que me diese una receta, pero le propuse publicar recetas de la cocina andaluza contando su historia. Aquello tuvo mucho éxito y me hizo investigar y recopilar más. En 1999 publiqué el primer libro de recetas que habían salido en El País, y en 2004 otra vez. A mí me hubiese gustado ser cocinera, pero mi madre me recomendó que estudiara otra cosa, y eso hice. Al final el círculo se cierra y he podido combinar mi profesión de periodista con la cocina.
Su inquietud por la gastronomía la han llevado a liderar proyectos como el Club Gastronómico Kilómetro Cero. ¿Cuáles son la misión y visión de este colectivo?
Kilómetro 0 surgió a raíz de mi trabajo como periodista. Me di cuenta de que en Málaga había una efervescencia en torno a la gastronomía y me pareció que faltaba un espacio para vincular a la gente de la calle, para que pudieran conocer lo que estaban haciendo cocineros, productores, bodegas… Junto a Gaby pensé en generar un espacio como propuesta de ocio donde gente de la provincia pudiese venir a presentar lo que hacía y sus productos. Luego decidimos echarnos a la calle para conocer in situ lo que se estaba haciendo. La filosofía era generar una propuesta de ocio y Kilómetro Cero ha generado un vínculo en torno a la gastronomía y la cocina que va hacia el afecto y la amistad, por eso la gente también acude. Además, el sector profesional se nutre de lo que hacemos y el resultado es que tenemos a socios que son productores, distribuidores y restauradores. Los extranjeros a los que les gusta el turismo gastronómico también se asoman por el Club.
Está trabajando desde que la fundación del Club por recuperar la cocina tradicional. ¿Cree que nuestra cocina está perdiendo identidad?
No, al contrario. Creo que la identidad es un valor añadido en un mundo donde cada día se lleva una cosa. En general, queremos comer en la calle lo que no comemos en casa. La cocina tradicional está despareciendo de las casas, pero es porque no se cocina. La cocina no está perdiendo identidad, sino que la cocina tradicional se está convirtiendo en un producto de consumo para gente de un nivel sociocultural medio-alto que se lo puede permitir, que lo valora. Sin embargo, la gente de a pie está cada vez peor alimentada, entonces a mí lo que más me gustaría en esa labor de recuperación del recetario tradicional es que la gente valorara y practicara esa cocina. Lo bueno es que se practique la cocina y que se democratice para que no sea solo de una élite. Una cocina que, si se ajusta a la temporada y a lo que nos rodea, es más barata y ecológica y revierte en la economía local. Ese es nuestro objetivo, de hecho, para hacer esa parte de la recuperación del recetario tradicional tuvimos que constituirnos como asociación porque no era sostenible de otra forma, así hacemos proyectos que no tienen que ser lucrativos, sino que tienen ese fin.
También han realizado un trabajo en torno las especiales menos comerciales a través de un proyecto en La Noria. ¿En qué ha consistido la idea?
Lo que queríamos inicialmente era profundizar en la recuperación del recetario tradicional malagueño y estuvimos trabajando con pescados cercanos de bajo valor comercial. Lo que ha pasado es que este año el Aula del Mar tenía un proyecto de acuaponía y nosotros lo completamos con un trabajo para rescatar recetas tradicionales con pescados procedentes de esa técnica. Por extensión, pensamos que había que incluir los pescados de descarte que antes se tiraban y que ahora están entrando en la cadena comercial, por eso empezamos a trabajar con esos pescados de una forma más específica.
¿Cómo se ve el mundo de la gastronomía desde los ojos de una periodista?
Cuando empecé a trabajar en esto pensé que era un poco frívolo lo que hacía. Creo que en la gastronomía hay mucho circo. Creo que esto es una burbuja y que es un poco decadente que pensásemos solo en comer y comer bien, pero luego hay una parte en la que se puede aprovechar ese tirón que genera el comer bien para introducir otros valores y otras reflexiones. En esa línea estamos muchas personas, incluyendo a cocineros.
Recomiéndenos un vino y un plato de Málaga.
Hay una bodega a la que le tengo un cariño especial por la labor que hace de preservación de los vinos de Málaga de toda la vida, me encanta el Señorío de Broches de Bodegas Dimobe (Moclinejo). Como plato, el gazpachuelo, en homenaje a mi abuela. Ella me dio una receta de un gazpachuelo que llevaba unas albóndigas de carne que es un plato muy desconocido.