Tanto Carlos como Kim conocen muy bien el mundo de la hostelería, por eso querían hacer darle vida a una propuesta personal y traer hasta la mesa de su restaurante todo lo que habían visto en sus viajes por otros países. Esa fue la base para darle forma a Oliva, un restaurante donde la cocina mediterránea es el hilo conductor de todo lo que acontece y de esa relación que siempre existe entre lo que comemos y el paisaje que nos rodea.
Y como nueve años dan para mucho, todo este tiempo les ha servido para experimentar una evolución constante en la cocina sobre la que han trabajado a fondo para conocer los gustos de sus clientes. La línea ha sido ascendente y la búsqueda de elementos nuevos y diferenciadores ha sido continua, tanto que todos los platos que entran en la carta de Oliva cumplen una serie de requisitos, entre los que están que los productos usados para elaborarlos sean de la zona o de la región, que sean platos propios, y que si no lo son tengan un “toque Oliva”. En definitiva, la búsqueda de elaboraciones que el comensal sólo pueda degustar aquí, haciendo de ellas un guiño en su recuerdo. Y aunque huyen de poner etiquetas a su cocina, sí que es cierto que la creatividad y el punto de sorpresa es una constante que tienen muy presente.
Por eso, de esta filosofía han nacido platos propios difíciles de sacar de la carta, y eso que hacen cuatro cambios al año, uno por temporada. Es el caso de sus langostinos kataifi con salsa cremosa de foie gras. No importa si los sacan de la carta, porque siempre vuelven a petición de los clientes.
Otro de sus elaboraciones más originales es la versión que hacen del plato de los Montes de Málaga, donde usan pluma ibérica en lugar de lomo, migas de chorizo y mayonesa de pimiento. El resultado, cien por cien filosofía Oliva. La originalidad al crear y servir sus platos está patente en cualquiera de ellos, como ocurre con el aperitivo de mantequilla de hierbas y aceitunas negras, que sirven dentro de una macetita. Mención especial merece su tartar de atún de almadraba, que llega a la mesa envuelto en un canelón de aguacate fresco de la Axarquía sobre una cama de porra antequerana, o el magret de pato con salsa de yuzu, puré de zanahoria y jengibre y patatas vainilla, otro de sus platos estrella. En cuanto a la cocina dulce, los golosos pueden disfrutar de postres como su crema quemada de Té Chai, con pera al Riesling y helado de canela, lleno de notas de pimienta rosa y flor de romero, o la panna cotta de toffee con mousse de plátano y helado de nueces pacanas. Para dar un paseo por la carta que permita disfrutar a fondo de la experiencia Oliva, ofrecen un menú degustación con nueve pases que cambian todos los meses y que se puede tomar con maridaje.
Vinos
Si importante es lo que sale de la cocina, no lo es menos lo que se cuece en la sala. En Oliva hay posibilidad de probar casi un centenar de referencias de vino. Tienen las clásicas como Ribera del Duero y Rioja, pero, sobre todo, persiguen ofrecer vinos distintos y únicos, dando especial protagonismo a los que se elaboran en Málaga y en Jerez. También trabajan los vinos internacionales y esperan ampliar su cava en los próximos meses, pasando de las cien referencias.
Igualmente, tienen una amplia carta de aceites de oliva virgen extra que se pueden degustar en el restaurante y que el cliente puede llevarse a casa.